De Menorca podría también decirse que es el ombligo geográfico del Mediterráneo occidental. El viento y el mar, junto con una naturaleza creadora, cincelaron la piedra y la tierra y le dieron forma y esbeltez a su figura geológica a 701 Km², regalándole a esta tierra rincones de singular belleza, paisajes que embriagan las retinas, tamizados con los colores de una luz que emerge entre el verdor interior de la isla y el cinturón azul que ciñe su litoral de 216 km, salpicados de puertos tan magníficos como el de Maó y otros más pequeños, pero igualmente bellísimos como el de Ciutadella y el de Fornells. Playas, calas y caletas. Algunas afortunadamente vírgenes, sin urbanizaciones que distraigan el paisaje, sólo lo que la naturaleza creó para sí misma y para regalo de quienes aprecian estos parajes en estado puro.
Menorca fue declarada Reserva de la Biosfera en octubre de 1993 por la Unesco, dentro del programa Hombre y Biosfera (MaB), por la biodiversidad de su flora y fauna y por su singular legado patrimonial que comenzó a magnificarse en el talayótico, y que no ha dejado de hacerlo hasta nuestros días, atesorando los rasgos culturales que dejaron los pueblos que a esta tierra arribaron y que permanecieron en ella el tiempo suficiente para dejarnos su impronta, que hoy enriquece el conjunto histórico y monumental de esta isla mediterránea, ventada por la tramontana desde los albores de su creación, deseada como enclave estratégico y punto de abastecimiento en la singladura de antiguas mareantes.
La isla de Menorca está dividida por la propia naturaleza. La zona de “tramuntana” con una costa de altivos farallones y acantilados, que custodian como gigantes pétreos el norte de la isla, y el sur, mucho más amable, menos abrupta. Hasta el mismo mar muestra su dualidad entre ambas zonas. A veces tan azul, tan adormecido, a veces enfurecido, tejiendo con sus blancas espumas, encajes de bolillos, olas que acarician o atormentan las rocas, como manos de fábula que en la costa de “tramuntana” se magnifican con fuerza espectacular cuando el viento despierta al gigante azul, azuzando las aguas antes tranquilas, hasta convertirlas en caballo encabritado y asilvestrado, que sólo será domado por la ausencia del viento que lo enfureció.
Al visitante que llega por primera vez a esta tierra acogedora, le llamará la atención la parcelación de toda la isla, trabajada con pared de piedra seca. Una labor, trabajada con pared de piedra seca. Una labor gigantesca, con una materia prima inagotable, que ya sirvió a los primeros menorquines para dejar una rica impronta de su cultura talayótica, construyendo navetas, talayots y enigmáticas taulas, que sólo pueden contemplarse en esta tierra, que nos ofrece el más singular museo al aire libre de todo el Mediterráneo
El tópico de sol y playa, en justicia no es aplicable a esta tierra. Menorca es muchísimo más que una garantía de sol y playa. Su historia, su cultura, sus gentes, avalan sus singularidades. En su estancia en Menorca, no se pierdan el interior, la Menorca rural, que les permitirá retrotraerse en el tiempo y el espacio, disfrutando de la legendaria amabilidad de los payeses, mientras observarán sus trabajo agropecuarios, que parecen anclados en el tiempo. No han cambiado gran cosa en el transcurso de los años. Les aconsejamos que se detengan en esta arquitectura rural que es el “lloc”, que normalmente acoge un núcleo familiar, reducido hoy en día al matrimonio y los hijos. El agro menorquín está armoniosamente poblado de “llocs”, que forman parte de paisaje de esta tierra.
Al mundo rural, a sus gentes, les debemos una Menorca interior genuinamente reconocible desde sus ancestros, por quienes trabajaron estas tierras desde tiempo inmemorial.
La isla está dividida en ocho municipios y tres pedanías, por este orden desde un extremo a otro de la isla: Maó, Es Castell, Sant Lluís, Alaior, Es Migjorn Gran, Es MErcadal, Ferreries y Ciutadella. Los núcleos o pedanías son: Sant Climent y Llucmaçanes, a Maó, y Fornells, que pertenece a Es Mercadal.
La distancia desde el Cabo de Bajolí de Ciutadella a La Mola de Maó es de 53 km.
Textos: José M. Pons Muñoz